sábado, 27 de junio de 2009

¿Nadie la ha visto?

Hasta hoy "La loca de blanco" ha recibido más 300 leídas. Glacias mijente, como dice Calle 13 (tlece). Pero... ¿nadie más la ha visto?

domingo, 21 de junio de 2009

La loca de blanco

La loca de blanco parece un tronco orondo. Es grandota. Cuando se detiene al lado de algún viejo árbol de la Plaza Bolívar me pregunto quién es quién. Viste de blanco y usa tacones gastados. O lejanos. Y es grandota. A veces se sienta durante horas en una callecita cercana, en silencio, a veces camina como si volara.
Su vida transcurre entre los estrechos caminos del viejo e histórico centro de Pueblo Libre. Muchas noches la he visto en su pequeño banquito mirando al vacío, pacífica, con sus bolsos al lado, su pelo castaño desteñido, su rostro bronceado y siempre de blanco. Casi nunca está de pie, pero cuando va, sobre todo en las madrugadas, difícilmente pasa desapercibida. No anda desarreglada ni despeinada. Usa una especie de túnica o faldón que le da un aire de misticidad.
Debe tener unos 40 años. Y aunque nunca la he escuchado hablar, sí la he visto fumar. Cigarros blancos, como debe ser. No sonríe, pero su mirada regala lo que muchos cuerdos buscan con desilusión: paz, que dicen es blanca como sus vestidos, sus zapatos y sus cigarrillos. Porque la loca de blanco parece un fantasma, pero también un ángel.
Hay locuras bellas y ella es una de ellas. La mía, a comparación de la suya, debe ser fea y burda. El triste remedo de un chiflado. Y es que no tengo la capacidad de la auténtica locura. Esa que abraza y transporta a otros mundos. Esa que hace que la risa o el llanto sean solo unos actos simplones de la vida y no las muestras tangibles de sentimientos extremos.
Hace unas semanas, cuando caminaba de madrugada por una de las callecitas de la Magdalena Vieja, pude ver a la loca instalada en su diminuto asiento en medio de la calle por la que yo caminaba. Nunca le he tenido miedo. Ni siquiera en momentos como ese, en que solo existíamos ella y yo. Por eso seguí mi camino. Y al pasar por su lado, de pronto, algo me impulsó a ir más despacio. Sentí su verde mirada. Me detuve. Volteé a verla. Ella me miraba fijamente. Nos vimos en el silencio. Luego cerró los ojos, alzó la cabeza y abriendo los brazos al cielo me dijo: “Para olvidar hay que hacer el amor y fumarse un porro”.
Desde esa fría noche de otoño no he sido el mismo. La loca de blanco de Pueblo Libre hizo que yo la quiera. Que la busque y la quiera. Su sabia locura me desnudó y me redujo a la condición de ser humano cuerdo. Ese que goza con pequeños momentos felices y cae cuando le llegan penas y desilusiones. Un llamado hombre cuerdo que no puede olvidar. Porque eso eres, me dijo la loquita calladamente. Eso eres y me abrazó en su piedad. Me dio la panacea.

viernes, 12 de junio de 2009

Picasso

"Portrait of an Artist". By Philip Scott Johnson.

viernes, 5 de junio de 2009

El asalto

Una noche, en algún lugar de un gran país, nos asaltaron. Y digo nos porque mi amigo Alx y yo fuimos las víctimas de aquel oscuro y penoso episodio que poco a poco ha ido convirtiéndose en anécdota. De esas que cuentas a tus amigos, a modo de catarsis, para que te compadezcan y te aconsejen y se rían. En ese orden. Sin embargo, a diferencia de otros hechos que han nacido de una alucinación, este sí sucedió.
La noche había iniciado divertida. Or, Alx y yo habíamos escuchado unas cervezas y bebido unos boleros en un bar de mala muerte, pero de buena compañía. Luego del último salud salimos y caminamos por uno de esos jirones que ofrecen alegrías baratas a gente infeliz. Cruzamos una enorme plaza y llegamos a una discoteca en donde esperaba Car rodeado de cinco niñas. Entramos, nos acercamos, saludamos y bebimos juntos. Reímos, saltamos, bailamos y bebimos y bebimos. El alcohol es el regalo de una diosa bacante.
Al salir exhaustos y medio ebrios, Alx y yo tomamos un taxi. Ninguno se fijó en el rostro del chofer. Ninguno se percató siquiera si tenía el letrero de taxi. Estábamos en el estado en que uno confía por necesidad. Subimos al asiento posterior y nos condujo por el camino indicado. Siguió conduciendo hasta que, de manera sorpresiva, dobló por una fosca y angosta calle. Detuvo el coche en seco. Levantó los pestillos eléctricos. Las puertas se abrieron desde fuera. Y más de una docena de brazos nos bajaron como costales de basura.
El momento fue violento. El cómplice y ruin taxista se fue y nos dejó con más de seis buitres miserables. Las imágenes que evoco son difusas, pero recuerdo haber visto a tres de ellos bolsiqueando a Alx, que yacía tirado en medio de dos aceras fantasmales a las cuatro de la madrugada. Los demás sobre mí: uno me mantenía de pie con su brazo enrollado en mi cuello, ahogándome, otro me golpeaba y un tercero sacaba hasta la pelusa del fondo de mis bolsillos. No podíamos hacer nada. O no debíamos.
"Fue domingo en las claras orejas de mi burro, de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)”, dice Vallejo. Y es que nos dejaron así, tristes, abatidos. La rapiña engulló nuestras pocas pertenencias y las sobras de la noche, pero eran nuestras sobras y nuestras pocas pertenencias. Cuando te roban un objeto se llevan también algo de ti. Y a nosotros ese algo nos dejó un vacío informe y nos sumió en un pobre domingo de invierno. Por qué, nos preguntábamos.
Las preguntas sobre la vida o la muerte no tienen respuesta. Como las del amor o la justicia. Nadie nos enseña a vivir o a morir. Y a veces, como aquella noche, solo somos como esos solitarios acróbatas y equilibristas del circo de Picasso, pero de una cuerda que divide el bien del mal. Y nos resignamos a eso que llaman destino. Pero c'est la vie. La que a pesar de sus golpes y caídas, agradeces. Porque quién dijo que todo está perdido si solamente morimos los domingos. Gracias, dijimos. Las sombras no se habían llevado todo. No por compasión ni caridad, sino porque las ratas muerden pero no piensan. Un invisible bolsillo de Alx nos obsequió el regreso a nuestras casas.

Y así, flacos, ojerosos, cansados y sin ilusiones, y echándole la culpa a la noche, a la playa y a la lluvia, nos alejamos de toda iniquidad. Yo me fui con mi poquita fe y Alx con su hola soledad.