miércoles, 25 de febrero de 2009

Dos limeños en Ámsterdam

Hace unos días un amigo de mi amigo me contó que él y su compañero viajaron a Europa por motivos laborales y que hicieron un poco de turismo por Ámsterdam. Es una ciudad muy bonita, me dijo. Luego me habló de su bella arquitectura, de su intensa vida cultural y de su distrito rojo con prostitutas, drogas y gran diversidad sexual. Todo bajo el manto de la legalidad. El nirvana, para dos turistas limeños en busca de su libre albedrío. Y de algo de lío.


Caminar por el barrio o distrito rojo de Ámsterdam es como pasear por el jirón de la Unión en Lima o por las ramblas de Barcelona o por la avenida Corrientes de Buenos Aires, sólo que en vez de ropa, libros o souvenirs, hay prostitutas, marihuana y una enorme política de tolerancia. Las prostitutas se exhiben en sus escaparates para captar clientes. La marihuana se puede adquirir en cualquiera de los tantos coffee shops del barrio.
Y fue precisamente a un coffee shop donde los dos limeños turistas llegaron a parar, luego de caminar por las calles del barrio colorado y romperse el ojo con tanta mujer de la vida fácil (como diría mi abuelita) que vieron en exhibición, ricas y de todas las razas y sabores.
Danos uno del más suave, por favor. La verdad es que no somos consumidores frecuentes, le dijeron al muchacho de la tienda, quien se dirigió a una estantería con decenas de cajones, cada uno con su nombre y características. Abrió uno, sacó una bolsita y regresó. Ok. Son cuatro euros, les dijo. Los limeños salieron y caminaron fumando su compra. Y nada. Regresaron.
Perdona, brother, pero no nos ha hecho ni cosquillas. Nada. Todo está igualito. A ver si nos das uno un poco más fuerte, por favor, le dijeron al amable vendedor, quien se dirigió nuevamente a uno de los cajones de la estantería para sacar otra bolsita. Ok. Son cuatro euros, les dijo. Los limeños salieron de la tienda y nuevamente caminaron varias calles, fumando. Y nada. Otra vez nada. Y volvieron otra vez.
Ey chico, creo que no nos estás entendiendo. ¡Queremos algo más fuerte, marearnos, alucinar, flipar, sentir lo que es fumar yerba! ¡Queremos dro-gar-nos! ¡Lo que nos diste parece un Marlboro rojo en papel para tabaco!, le increparon con amabilidad al joven vendedor, quien se puso a pensar y les preguntó: Where are you from? Somos de Lima, Perú, le respondieron. Ahhh, jaja, Ok. Ok. One moment, please, les dijo. Luego se alejó unos dos metros de la barra, sonriendo y asentando la cabeza, se agachó, destapó un maletín, lo levantó, miró a los costados, y regresó hacia sus clientes. Ok. Esta es la que buscan. Son cuatro euros, les dijo. Los limeños, al fin comprendidos en su necesidad, sea por sus enfatizados pedidos sea por su lugar de nacimiento, sonrieron y se sintieron campeones. De pronto, un grito estremecedor retumbó toda la tienda: ¡Noooooooooo! ¡¿Qué hacer, estar locos?!
El grito lo lanzó un chino que yacía de pie, al fondo de la tienda, casi oculto, y que corrió raudo hacia los dos limeños para quitarles de las manos ese habanito de yerba especial que el vendedor les había entregado. ¡¿Qué querer ustedes?!, les preguntó. Ellos le explicaron toda la situación. El joven de la barra, acercando la cabeza y en voz baja, le dijo al oriental: Señor, son peruanos. El chino los miró, sonrió de lado, abrió su gabán negro, metió su mano derecha y sacó un paquetito que parecía de su uso personal. Ustedes buscar esto, les dijo. Y les entregó un wirito bonito con el cual salieron y caminaron algunas calles más por otros tantos minutos más.
Chino de mierda, parecía decente, pero igual, nada, yo no siento nada de nada, dijo el uno. Si pues, puta madre, nos han estafado, respondió el otro. A la mierda con estos fumones, pachecos y drogatas del carajo. ¿Vamos a comer algo?
Ambos pidieron hamburguesas. Cuando el uno iba a darle un mordisco a la suya, y ya con los ojos achinados y tan rojos como el barrio en el que estaban, le dijo a su compañero, algo nervioso: Oye, mi carne me suplica que no la coma. Y el otro, sonriendo y con un hablar muy, pero muy, muy pausado, le respondió, aun más alucinado que su amigo: Tú tranquilo, chino, así son al principio, luego te piden que la muerdas más y más...

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Esto le pasó a un amigo de tu amigo??? jajaja

Anónimo dijo...

si pues,que vamos a hacer con la doble moral de nuestra capital abeces consciente y otras inconsciente,pero tu tampoco te libras mister tolerancia y justicia social

Johao dijo...

.

Johao dijo...

Jajajaja, el Perú y las drogas.

Anónimo dijo...

¿Qué haria yo en Amsterdam? Escala. No me llaman ni las drogas, ni las mujeres de la vida mundana... ¡Que aburrido soy!

Anónimo dijo...

Nunca llegué a Amsterdam...sniff...pero mi no entender: ¿llegan o no a fumar la hierba?...¡plop!.

Y respecto de como es el pezón de la teta asustada...te aseguro que ni la pueden encontrar, debe estar escondida...de miedo.

Anónimo dijo...

jajaja, ¡vaya par! Un abrazote Kike y sigue escribiendo así de bien. Tus historias enganchan, son realmente geniales. Besos!

Anónimo dijo...

yo quiero ir a ese barriooooooooooooooooooooooooooo