Hace unos días, cuando tomaba unas cervezas con Gabriel y David dentro de mi carro, estacionado al lado de una calle, mientras hablábamos sobre el libro que estamos editando, me ocurrió algo extraño. Un señor, de mediana estatura, trigueño, de nariz roja y rechoncha, se acercó y me habló con acento serrano y cordial. ¿No vende su carro, señor?, me dijo. Me sorprendí, apagué la música y le pedí a David que bajara la luna. ¿Cómo dice?, le respondí. Tras agacharse y colocarse en cuclillas sobre un jardín, me dijo: Desearía comprar su carro pues.
Mi carro no es gran cosa pero a mí me gusta, sobre todo cuando está limpio: o sea de vez en cuando. Y a mis amigos, a los que les encanta viajar en él y convertirlo en su bar, discoteca, sala de reuniones, autobús de viaje, entre otras gracias. A mi familia también le gusta, pero sé bien que no a la mayoría (a mi sobrino Mauricio sin duda porque siempre quiere subir 'al calo’, como le llama). Confieso que a veces pienso en él como alguna en su marido: mientras no me dé mayores problemas o fastidios, lo tendré conmigo. Pero la realidad es otra: yo, como alguno con su mujer, le aguanto todos sus fastidios y problemas. El último: un choque con una combi cuando me disponía a entrar a la Panamericana Norte. Resultado: faro trasero roto. Pero este señor, hasta hacía unos segundos un perfecto desconocido y ahora de apellido Pariacota, me insistía e insistía en que se lo venda ya mismo, tal y como está.
2 comentarios:
Y???? se lo vendiste????? dale con la segunda parte! :P
Recuerdo haberme preguntado qué sucedió con aquel faro... y ahora que lo sé debo confesar que sospeché que alguno de esos vehículos llamados "combi" andaba involucrado en el tema. Sin embargo, a lidiar con el asunto... y aprender a conducir (si se le puede llamar así) como ellos o intentar que desaparezcan a como dé lugar... será posible? o es un anhelo a muuuy largo plazo?...
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